INTERESANTE DEL PROGRESO QUE LOS SEFARDITAS DE CURAZAO TRAJERON AL PAIS ENTERO
Se sabe que los judíos sefarditas de las Antillas, especialmente Curazao, apoyaron económicamente la gesta libertadora de Simón Bolívar y entre ellos se destacan Abraham de Meza y Mordechai Ricardo. Por ello, en 1819 el gobierno de Colombia les entregó a «los miembros de la nación hebrea» el derecho de radicarse en el país, así como la garantía de su libertad religiosa y los mismos derechos políticos del resto de los ciudadanos. Sin embargo, estos derechos se confirieron con una gran ambivalencia, ya que establecieron restricciones y básicamente a estos judíos sefardíes se les permitiría residir únicamente en la costa del Caribe.
En las primeras décadas del siglo XIX, Curazao padeció los efectos de una grave depresión económica, acompañada de sequías y una epidemia de viruela, muchas familias judías sefarditas emigraron hacia otras islas del Caribe y a Suramérica; algunos partieron hacia Coro en Venezuela y otros llegaron a Barranquilla un puerto sobre el río Magdalena al pie de la costa Caribe de Colombia.
Es importante señalar que el desarrollo y la importancia de Barranquilla están directamente ligados y se debe fundamentalmente a las diversas inmigraciones que encontraron albergue en esta ciudad durante el siglo XIX
Al final de la Colonia, Barranquilla era una aldea poblada por humildes pescadores, artesanos y agricultores. En 1775 Barranquilla fue incorporada como corregimiento de la Provincia de Cartagena, sólo se transformó en Villa el 7 de abril de 1813.
En 1823, el libertador Simón Bolívar le entrega al judío alemán Juan Bernardo Elbers la primera concesión para navegar en barcos de vapor por el río Magdalena, luego algunos correligionarios siguieron sus pasos y formaron compañías de transporte fluvial.
En 1832, Abraham Isaac Sénior establece el cementerio hebreo de Barranquilla, que posteriormente va a ser incorporado al cementerio Universal de dicha ciudad.
Durante este período se van a establecer pequeñas comunidades judías de origen sefardita, tanto en Santa Marta como en Riohacha.
En 1835 Barranquilla contaba 5.359 habitantes y comenzó a transformarse en un puerto importante en la región. En 1844 se establece un cementerio judío en Santa Marta y en 1850, se consolida una pequeña, pero significativa comunidad sefardita en Barranquilla. Poco a poco, Barranquilla comienza a superar la población de Santa Marta, aun cuando el puerto principal de la Costa Atlántica continua siendo Cartagena. No sabemos mucho sobre las actividades de los primeros sefarditas en Santa Marta, Riohacha o Barranquilla, pero es claro que varias firmas de sefarditas como fueron los Salas, los Sénior, los Correa, le pidieron permiso al gobierno nacional para importar mercancías a través del puerto de Sabanilla. Así, el comercio, las importaciones y exportaciones que se van a efectuar a partir de dicho puerto van a marcar un auge que impulsó el desarrollo de Barranquilla.
Según el interesante e importante libro de Adelaida Sourdis Nájera, titulado: El Registro Oculto: los sefardíes del Caribe en la formación de la nación colombiana 1813-1886, va a ser en la casa de Abraham Isaac Sénior, donde se van a reunir los judíos sefarditas de la ciudad en minian para rezar y leer el Pentateuco. En dicho período el rabino de la comunidad es don Moisés De Sola. Según los testimonios de Rodolfo Cortizzos, la comunidad se reunía todos los sábados y se celebraban las fechas de año nuevo y el día del perdón. Y en 1867 se establece un comité local de la Alliance Israelite Universelle.
Para 1871, Barranquilla cuenta con 11.595 habitantes y es el puerto más importante de la región superando a Cartagena que en ese momento contaba con 8.603 habitantes y a Santa Marta con 5.702 almas.
El papel que vino a desempeñar la comunidad judía sefardita en el desarrollo de la ciudad también fue documentado en el cuidadoso estudio: árabes y judíos en el desarrollo del Caribe colombiano, 1850-1950 realizado por Louise Fawcett y Eduardo Posada Carbó. Es claro que la llegada de inmigrantes judíos de origen sefardita, sirio-libaneses, alemanes, entre otros, transformó a ciudad y la convirtieron en la urbe más cosmopolita de país. Entre el grupo de familias sefardíes se destacan los apellidos: Sénior, Salas, Álvarez-Correa, Cortizzos, De Sola, López-Penha, Sourdis, Juliao, Salzedo y Heilbron, por mencionar algunos.
El rápido crecimiento y el desarrollo económico se explica en parte por la favorable ubicación de la ciudad, pero también debido a que se generó una sociedad atractiva, libre de barreras sociales, donde estos grupos de inmigrantes encontraron la posibilidad de interactuar sin problemas ni dificultades porque no enfrentaron las convenciones que hicieron a Medellín y a Bogotá ciudades difíciles y cerradas. Barranquilla como ciudad nueva, pujante, abierta a múltiples costumbres, más generosa que las ciudades tradicionales, tenía que transformarse en la urbe de mayor crecimiento con un 38 por ciento, algo hasta ese momento nunca visto en la historia demográfica del país.
Faucett y Posada Carbó señalan que la elección de David Pereira como Gobernador de la provincia de Barranquilla en 1854 era ya un indicativo de la integración alcanzada por la comunidad judía durante la segunda mitad del siglo XIX. Por ello, la historia de este grupo de inmigrantes está íntimamente ligada a la transformación de la ciudad que llegará a ser el puerto más importante del país.
Es diciente que, en 1871, siete de las veintidós contribuciones más elevadas de impuestos fueron pagadas por firmas originarias de Curazao. Es evidente que estos inmigrantes tenían unos contactos comerciales y un conocimiento económico que no había en la región.
En 1871 en Riohacha se instala un comité local de la Alliance Israélite Universelle.
Fueron múltiples los logros destacados en el ámbito social y cultural que se pueden atribuir a esta ola inmigratoria. Entre los más relevantes hay que señalar el acueducto de Barranquilla, dado al servicio en 1880 y construido gracias al impulso de Jacobo Cortizzos y Ramón B. Jimeno, asociados con miembros de la comunidad sefardí. Según Adelaida Sourdis Nájera, el grupo judío controlaba 255 de los 406 votos. Jacobo Cortizzos fue nombrado presidente del acueducto.
Así mismo un buen número de inmigrantes judíos fundó el Club Social de Barranquilla. El primer banco de la ciudad, Banco de Barranquilla, fue establecido por don Jacobo Cortizzos y 17 accionistas judíos que controlaban el 31% de las acciones.
También cabe resaltar que en 1919, Ernesto Cortizzos tuvo un papel determinante en el establecimiento de la primera compañía comercial de transporte aéreo que funcionó en el Nuevo Mundo, SCADTA. Por cierto, para honrar su memoria el aeropuerto internacional de la ciudad de Barranquilla fue bautizado con su nombre.
El mundo cultural y las artes no les fueron ajenos a estos judíos sefardíes. La obra literaria de Abraham Zacarías López-Penha, quien nació en Curazao en 1865 y vivió en Barranquilla desde muy joven, representa una bocanada de aire fresco para la época y aun cuando se pierde en las brumas literarias del país, merece ser redescubierta y reconocida como una de las obras que inaugura una época y una nueva tendencia en la literatura del país. En el estudio titulado Historia de la poesía colombiana, se le reconoce el mérito de ser el primer escritor que estableció contacto con los modernistas franceses. En su publicación Flores y Perlas, un quincenario, tradujo por primera vez a Mallarmé, Baudelaire y Rimbaud. Mantenía correspondencia con Rubén Darío y con Max Nordau, entre otros. Fue amigo del poeta modernista colombiano Luis Carlos López. Y con «el tuerto» López y Manuel Cervera publicaron una antología de poemas titulada Varios á varios. Su poemario Cromos fue prologado por Nicanor Bolet Pedraza y editado por la Biblioteca Azul de París en 1895. Dos años después publica su primera novela Camila Sánchez y en 1898 otro volumen de versos con el título Reflorecencias.
A pesar de las referencias a sus publicaciones en el Diccionario Espasa de 1915, podríamos decir que en Colombia sus poemas y novelas se han olvidado y desconocido. La suya es una cripto-obra dentro de la literatura colombiana. De acuerdo con Alfredo de la Espriella, historiador barranquillero, este judío sefardita goza, entre otras cosas, del mérito de ser el autor de la primera novela esotérica de Colombia titulada La desposada de una sombra, que fue editada por la librería de la Vda. de Ch. Bouret en 1902 en México.
En una nación gobernada en aquellos días por conservadores, que se consagraba todos los años al Sagrado Corazón de Jesús, las composiciones de López-Penha fueron un desafío por su tono escéptico y agnóstico. Vale la pena ver un ejemplo:
¿Presumís dudar que descendemos
de los gorilas y otras bestias asno de Dios?
No; si no aprended a mirar en redor vuestro,
y, luego, contemplaos en un espejo vos...de fijo os convenceréis al cabo, ¡es lógico!
que el mundo, en suma, es un jardín zoológico;que el hombre es un piteco mentecato
con un poco más vicios que el primato;que, tras inventar a Dios á imagen suya,
entre luces, incienso y beatíficas fanfarrias,le exige un cielo en cambio de salmos y aleluyas,
puesto en h`pócrita actitud de parias...en verdad os digo: el templo está desierto,
y el Dios del hombre-mono está bien muerto!
La irreverencia del poeta sefardí impidió que las páginas literarias de los diarios capitalinos, lo reconocieran. Alfredo de la Espriella, en una conferencia que le dictó a la comunidad judía con motivo de los 500 años del Descubrimiento de América y expulsión de los judíos de España, explicó: «No comulgaba con el laurel fachendoso de los poetas bogotanos, o su poesía patriótica o los juegos florales que tanto caracterizaron la producción literaria de su época.»
David López Penha, su hermano, era el dueño de un café llamado La Estrella (tenía grabada en la puerta la estrella de David). Ahí, Abraham Zacarías se deleitó en la lectura de los modernistas. Y por cierto fue uno de sus precursores, como bien lo indican Dino Manco Bermúdez y Paulina Santander Guerra en su tesis sobre el poeta. También los López-Penha, entre sus múltiples negocios, tuvieron a bien establecer el primer el cinematógrafo de la ciudad y fueron dueños de librerías prestigiosas.
El poeta Clímaco Soto Borda, refiriéndose a la actividad periodística y divulgadora de López-Penha, solicitó que: «se estableciera un cordón sanitario en redondo de nuestra Atenas? La pretenciosa denominación con que se tildaba y todavía se tilda a Bogotá para que librase a nuestros bardos de aquel terrible contagio». ¿Cuál era el temor de Soto Borda? ¿Sería que intuía que López-Penha y los modernistas, el cine y las nuevas artes marchitarían el romanticismo floral de los poetas de la Gruta Simbólica?
A pesar de la polémica que despertó en su momento López-Penha, hoy ha caído en total olvido. Siempre me ha extrañado que Colombia, un país de poetas, tan atento a cualquier vate, se descuide y desconozca la obra de López-Penha con tanta pasión. Es inexplicable el olvido al que someten a este poeta sefardí enterrándolo en las bóvedas de la historia literaria colombiana. Me atrevo a pensar que se debe al desconocimiento de sus escritos. Pero, sorprende y resulta sospechoso el desdén y amnesia del mundo poético por sus obras. Tal vez por ello sea apropiado recordar uno de sus versos que dice: «En un rincón de la casa / la araña teje que teje, / y el sol alumbra que alumbra, / y el hombre miente que miente.»
Las actividades tanto comerciales, industriales como artísticas de estos inmigrantes le dieron a la comunidad judía sefardita una eminente posición dentro de la vida social y económica de Barranquilla. Es bueno destacar que la presencia de estos inmigrantes judíos lejos de producir celos, fue recibida con entusiasmo y de manera cordial.
Sin embargo, el desarrollo que fomentó esta comunidad y el impacto que tuvo en la ciudad caribeña no ayudó para que el gobierno colombiano tuviera una actitud más tolerante y una mirada más benévola hacia la nueva ola inmigratoria de judíos ashquenazitas que vendrían de Europa oriental y judíos sefarditas provenientes de los países árabes durante la década de los treinta y cuarenta del siglo XX quienes huían de la depresión, la guerra mundial y la persecución Nazi.
Colombia siempre fue y continúa siendo un país cerrado a la inmigración. Y las prohibiciones a la venida de judíos durante la década de los treinta cobijaron tanto a las comunidades ashquenazitas como a las sefarditas. Para los antisemitas son iguales unos y otros a pesar de sus marcadas diferencias culturales. Y por consiguiente los que vinieron a Colombia, al comienzo lo hicieron de contrabando (parece ya un patrón histórico en el país).
Durante la preguerra surgió un pequeño tráfico de visas, resultado de las prohibiciones que se establecieron en torno a la inmigración. Los inmigrantes judíos sefarditas y ashquenazitas que ya habían logrado asentarse y que vinieron a Colombia durante la década de los veinte y principio de los treinta, ante las dificultades que vivían sus familiares tanto en Europa como en los países árabes, hicieron lo imposible por traerlos legalmente. El gobierno los obligó a depositar en el Banco de la República la elevada suma de mil pesos para empezar las diligencias legales (en otras palabras, unos once mil dólares de hoy día) lo que hacía particularmente difícil y onerosa la traída de cualquier pariente al país. La angustia los llevó a trabajar en forma tesonera y a ahorrar para pagar la suma que demandaba el Estado para comenzar unos trámites que no necesariamente garantizaban la admisión de los suyos. Los que llegaban debían jurar que eran mecánicos agrícolas o expertos en aguas o riego, cualquier profesión o práctica, pero nunca la del comercio, la única que en verdad podían ejercer.
El Ministro de Relaciones Exteriores del Presidente Eduardo Santos, Luis López de Mesa, quien gozaba entre los círculos de poder de una extraña fama de «sabio» fue el artífice de esta visión discriminatoria. Estudios como el del sociólogo Carlos Uribe Celis, titulado Luis López de Mesa, aproximación crítica a su obra, permite entrever las concepciones racistas y xenófobas de este personaje. Era claro que López de Mesa consideraba inconveniente la inmigración de judíos dadas «sus costumbres invertebradas de asimilación de riqueza por el cambio, la usura, por el trueque y el truco, sin arraigar en las actividades de su producción y transformación.»
Las absurdas teorías racistas de López de Mesa, que en alguna ocasión afirmó que la mezcla entre los indígenas y los judíos daría la peor de las condiciones «un usurero zalamer», lo llevaron a emitir una circular el 30 de enero de 1939 a todas las embajadas donde subrayaba: «Considera el Gobierno que la cifra de 5.000 judíos actualmente establecida en Colombia constituyen [sic] ya un porcentaje [sic] imposible de superar [...] opongan todas las trabas humanamente posibles a las visas de nuevos pasaportes a elementos judíos.»
Y sin embargo, aun cuando existió un antisemitismo oficial en Colombia que dificultó su entrada y la de sus familiares al país, también hay que decir que Colombia, desde los días de la Conquista, acuñó y volvió propia la famosa frase del conquistador español Sebastián de Belalcázar: «se obedece pero no se cumple». Y por más que los decretos prohibieran la entrada de judíos o que llegarán con papeles falsos no se registraron denuncias, devoluciones o extradiciones de quienes consiguieron ingresar al territorio nacional.
Colombia siempre ha mantenido una actitud ambivalente y discrepante con sus propias leyes, y los colombianos se mueven sin problemas entre un país legal y otro real. Por lo tanto, los judíos de Colombia, a pesar de su ilegalidad, en el siglo XX pudieron desarrollar una vida judía sin mayores dificultades y crearon instituciones como sinagogas, colegios, revistas, clubes, carnicerías para sus dietas religiosas, cementerios que todavía persisten y pudieron crecer y prosperar dentro de la cultura que traían de Europa y el Medio Oriente, en un país xenófobo que nunca les dio la bienvenida, pero les permitió refugiarse en silencio en sus tierras.
Sin embargo, su silencio no les sirvió de mucho cuando comenzaron a ser víctimas del flagelo que látigo a los industriales y comerciantes durante la década de los setenta, ochenta y noventa: el secuestro y extorción. La comunidad judía, al igual que la clase dirigente colombiana, vino a ser uno de los sectores afectadas por esta práctica criminal que terminó a financiando a todos los grupos armados del conflicto colombiano.
En el caso de la comunidad sefardita, el secuestro, extorsión y posterior asesinato en 1998 del joven Benjamín Khoudari, miembro de dicha comunidad de Bogotá, por parte de personas vinculadas a los organismos de seguridad del Estado haciéndose pasar por guerrilla, asustó y precipitó la salida de buena parte de esta judería colombiana.
Se calcula que el Centro Israelita de Bogotá ( la comunidad asquenazi) la institución más numerosa de la ciudad, perdió en dicho año un 25% de sus miembros; la Comunidad Hebrea Sefardita de Bogotá cerca de un 30% y la Asociación Israelita Montefiore, la comunidad más liberal y de origen alemán, un 15% de sus miembros. Ahora bien, el 60% de los afectados que salieron del país emigraron a Miami o a la Florida; el 25% a Israel; el 10% a Costa Rica y el 5% a otros países como Panamá y Canadá.
Para concluir, es importante tener en cuenta en este cuadro sobre los sefarditas en Colombia, que fue solo hasta 1991 que el país, ante la crisis y los dilemas de su falta de apertura tanto política como cultural, expide una nueva Constitución en la cual por primera vez acepta y oficializa la libertad de cultos en el territorio nacional.
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